Todavía no sé muy bien cómo aparecí en Alejandra. Atravesando espesas montañas de cristal, descubrí la silueta de una tierra ondulante extendiéndose con vehemencia bajo mis pies. A cada paso que daba, pequeños tallos de nuevas plantas iban germinando a una velocidad asombrosa entre mis piernas, y el cielo, recortado entre nubes no dejaba de adoptar una y otra forma cada vez que tenía la oportunidad de dirigir mi mirada hacia él. Aquél espectáculo de génesis continua me maravilló por momentos y cuando me detuve a coger una de aquellas pequeñas flores nacidas entre miles, averigüé la realidad de Alejandra. Esas tiernas hojas eran de goma, las voluptuosas nubes de algodón, de corcho de colores estaba formada la tierra. Alejandra es ciudad perecedera. Y en eso mismo consiste su debilidad y su grandeza.
Los edificios que fueron creciendo en mi camino, iban siendo construidos con papel de todos los tamaños y adoptando los volúmenes más insospechados, así como las calles que los rodeaban y les daban sustento se iban conformando con tiras de tersos plásticos de diversos gramajes unidos unos a otros con extrema perfección. Enormes plazas de cartón se abrían ante mis ojos llenas de fuentes, hechas de agua y que vertían su propio líquido fuera de sí mismas. Tampoco se olvida uno de los árboles hechos de olores de esta ciudad, que uno no ve y que sólo sabe que viven si respira los perfumes que desprenden cuando se camina junto a ellos. Se avanza en Alejandra y la ciudad nace, pero nace ya muerta.
Se puede vivir un día, o quizá dos, en Alejandra. Sus habitantes lo saben, pero no tienen tiempo de añorar la vida ni de temer la muerte. Sólo tienen tiempo para vivir muriendo. Y su felicidad es fugaz pero eterna bajo ese sol de fuego que ven brillar en un único amanecer y bajo una luna de plata que les ilumina en su única noche.
Alejandra es una ciudad sin horizonte, una ciudad sin mañana. Y si por ventura un viajero como nosotros, en un repentino gesto de nostalgia, vuelve la vista atrás hacia Alejandra, no la encuentra ni haciéndose ni deshaciéndose, sino que ya no la encuentra. Porque Alejandra es solo presencias y tampoco ella tiene pasado.