Siempre he sido incomprendido color.
Me tildan de representar la locura,
la embriaguez,
o el dinero.
Y sin embargo
sólo pretendo (y mucho)
ser de tu mirada, el sol,
de tu pelo, un bosque encendido.
Desesperadamente,
la razón última de todos nuestros días.
El frenesí que conmigo traigo,
es el de la creación pura.
Mi ebriedad duramente criticada
es beber champagne
cuando brindo por la sabia inspiración
y sus hijas.
Color pequeño quizá, de pocos amigos soy.
Del valiente que me tomó como fondo en su tapiz.
Del cauteloso que sólo me empleó por cortesía.
No me importa pues no entristezco.
Cierto es que en pocas ocasiones me dejo ver.
Amo en soledad,
en la noche más profunda es cuando existo.
Pero si algo de mí,
por minúsculo,
en un cuadro se requiere,
de puntillas me presento,
con mis destellos,
mis laberintos,
en rincones anido,
conquistando para ti la luz de mil nuevos días
y cambiando el curso de tu lienzo, de su historia
y si tú quieres,
de tus manos.
3 comentarios:
Como el de los cuadros de Van Gogh.
Bello poema
¡Un saludo!
Gracias, Antonio. Yo también pensaba lo mismo de pequeña, que a Van Gogh se le tenía por loco cuando era genialidad lo que pintaba.
Elegantes pensamientos ordenados adecuadamente.
Gracias.
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