8.12.07

Las ciudades invisibles

SOBRE EL LIBRO "LAS CIUDADES INVISIBLES" de Italo Calvino.


Las ciudades de Italo Calvino no son ciudades concebibles racionalmente sino ensoñaciones de ciudades que, deseadas en nuestra imaginación van dibujándose, perfilándose a cada palabra, con una sutileza tal, que acaban por presentársenos casi como lugares físicos reales en los que cierta vez creímos estar o anhelamos estar.

Una ciudad es un espacio indefinido en el que todo cabe, en el que todo puede suceder. Son intercambios, memorias, signos de un lenguaje, imágenes. Italo Calvino lo ha descubierto y ese es su gran secreto, y junto con sus dos grandes armas, su capacidad de soñar despierto y el lenguaje como medio de expresión, crea un Mundo de Ciudades - ilimitado, por cierto- al alcance de quien se deje guiar por su imaginación y sin miedo. Y es que uno presencia ante sí un sinfín de lugares ideales cuya hermosura radica en su propia naturaleza: se trata de ciudades bellas en sí mismas. Y no me refiero a su aspecto externo y físico puesto que muchas de ellas se conciben a veces oscuras, tortuosas o rudas. La belleza que poseen es una cualidad que subyace a todo lo que las conforma, aquélla que deriva de su esencia. Ciudades que nacen con una belleza particular inherente a ellas mismas. Como las mujeres. Como las mujeres soñadas. Quizá por ello me ha parecido que el autor escogió nombres de mujer para designar cada una de sus ciudades invisibles.
Pero invisibles, ¿por qué? Porque no se encuentran nunca, porque no se dejan ver en este mundo. Entonces, también todas ellas inalcanzables, intocables, increíbles, irreales. E inmortales por no existir. Todo lo que se desea intensamente, todo lo que un alma risueña inventa no existe todavía pero tiene la posibilidad de existir. He ahí donde radica su fuerza, nuestra fuerza, la que quiere transmitirnos el autor. En la posibilidad del ser, del llegar a ser algún día. Irene, Clarisa, Esmeraldina no eran pero llegaron un poco más lejos – a mí, al menos, o a lo mejor fui yo quien llegó hasta ellas -, en el momento en el que Italo Calvino las imaginó. Anteriormente, sí que no fueron nada.
En el pensamiento, algunas cosas viven más verídicas que en la propia realidad pues laten con la fuerza de nuestro deseo porque un día sucedan. Al “quien no busca, no encuentra”, creo que Italo corregiría por “quien no sueña, no encuentra”, o al menos, no lo que uno busca. En nuestros deseos como en estas ciudades, se puede vislumbrar un hilo de las aspiraciones del autor, un tanto ocultas entre la maraña de descripciones fantásticas de estos parajes. Un anhelo de magia para la ciudad de hoy en día, un deseo intenso de llenarlas con un poco de luz, de polvo de sueños. No es escribir sobre imposibles sino reclamar una cierta belleza escribiendo, describiendo. Con él, las ciudades gritan, con voz baja, lo que quieren ser: ciudades invisibles, y por contraste, por lo que se espantan: por ser ciudades invivibles.
A mi modo de ver, las ciudades invisibles no son cincuenta y cinco, sino más bien una sola en la que todas ellas pueden tener lugar, la que a todas ellas contiene: en ella, existe una Zaira para quien la desee, una Baucis para quien así la vive, una Olinda para quien de este modo la dibuja en su corazón y otras mil visiones de “la ciudad soñada” por cada uno, las que el autor nos invita a desvelar.

Me agrada saber que Italo Calvino no es arquitecto y menos aún urbanista. Es escritor de profesión y para mí inventor de ciudades. Los grandes proyectos de la vida son los que nacen en el alma de cada uno, los que se construyen con la voluntad del pensamiento y actuando desde la pasión. Da lo mismo ser pintor que ebanista, músico o notario; “soñar ciudad” es posible para todo aquél que vuela por encima- sobrevuela- la ciudad en que habita. Aprender a mirarlas es importante, descifrar sus misterios, recorrerlas, disfrutarlas –otra vez las mujeres -. Pero también se debe aprender a imaginarlas, a desear que sean otra cosa, algo que uno nunca pensó que pudieran llegar a ser. En lo que no se es y se anhela se encuentran muchas claves de lo que puede que un buen día acontezca. Me fascinaron siempre los utopistas: Ledoux, Fourier, Tomás Moro, Miquel Navarro, etc. Unos las dibujan, otros las esculpen, otros las describen, todos las sueñan a su manera. Existen infinitas maneras de “crear ciudad”, existen infinitas ciudades invisibles; sólo queda armarse de valor y aventurarse a descubrirlas. Algunos ya nos avisan de que ellas nos esperan.

Por debajo de este viaje a través de un mundo ficticio, he descubierto parte de mis preocupaciones, ciertas imágenes cercanas, sensaciones familiares que me revelan no estar tan lejos de estos parajes descritos. Siento que la línea que separa lo real de lo irreal se desplaza conforme leo y a veces creo ser yo, en lugar de Kublai Kan, quien escucha y es seducida por las narraciones de Marco Polo. Otras, sin embargo, oso, sin pretensión de igualar la magnificencia de tales relatos, imaginar para él, una ciudad invisible jamás visitada con anterioridad.

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